El camino Sanabres fue el elegido para el caminar de este año. Distancia y poca difusión le hacian ideal para poder caminar sin agobios y con tiempo para pensar. Ademas tenia el punto de inicio perfecto para llegar hasta él desde Madrid: Puebla de Sanabria. Doscientos cincuenta kilómetros separan esta villa de la ciudad de Santiago, la distancia justa para diez días de caminar.
En principio no parecía excesivamente difícil salvo por las largas distancias que tenían las etapas, había varias por encima de los treinta kilómetros y algunas de ellas con puertos largos aunque tendidos. Aunque me avisaron de la dureza de la ruta, comparando los perfiles con los «sufridos» el primer año del camino del Norte me parecían lo suficientemente suaves y tendidos como para hacerlos sin demasiados problemas.
Mi compañera de caminar tampoco parecía asustada puesto que sale a caminar todos los días y suponía que estaba en forma para afrontar el reto del camino. Pero no es lo mismo el caminar por la mañana con la fresca, sin peso y en un terreno cómodo, que tener que hacerlo durante horas, con sol y calor y sobre todo con un terreno cambiante y con largas subidas y sobre todo bajadas que destrocen los pies.
Pero vayamos a lo que vamos. Salimos el día treinta y uno de julio a eso de las doce de la noche, para llegar de madrugada a Puebla de Sanabria. Hora aproximada de llegada las cuatro de la madrugada. Un frío intenso se colaba en el autobús al paso por los distintos altos que jalonaban el camino. Primera parada del autobús, con descanso de veinte minutos. Estamos en la estación de servicio Sanabria. Suponemos que estamos próximos a Puebla de Sanabria, pero en vista de que el conductor solo menciona la parada de descanso pero no la del destino volvemos al autobús.
De nuevo en la carretera y ya un pelin mosqueados, voy fijándome en los carteles de los desvíos. Aparece el de uno de los pueblos que están pasado Puebla de Sanabria, luego otro. Empiezo a dar por hecho que el destino final va a ser Orense, pero el autobús hace parada en A Gudiña. Aqui me acerco al conductor y le pregunto por la parada de Puebla de Sanabria y me contesta tranquilamente que la hemos pasado, le pregunto si es que no avisan de las paradas y me dice que no. Asi que le digo que nos bajamos en A Gudiña que por lo menos estaba dentro del recorrido del camino. Asi que de un plumazo nos cargamos casi 100 kilometros y un par de puertos. Ciertamente es que al final del camino tuvimos que agradecer al Santo que nos hiciera ese «favor» porque de lo contrario no sé si habríamos sido capaces de llegar a Santiago en el tiempo previsto.
De todos modos llegamos al Camino a eso de las cuatro y media de la madrugada, con noche cerrada y un aire frío que no dejaba estar en paz. No íbamos a empezar a caminar hasta que no amaneciera y encontráramos un sitio donde sellar la credencial. A eso de la seis y media abrían un bar, lo aprovechamos para desayunar, sellar y a partir de ahí empezar a caminar.
El camino discurría por carretera entre montes, con subidas y bajadas continuas, algún repecho mas importante al meternos por terrenos de tierra y vuelta al asfalto. Antes de llegar a Campobecerros una fuerte bajada por una camino de tierra y pizarra. Ese era el punto intermedio de la etapa, con posibilidad de dejarlo allí pues había albergue, pero continuamos alentados por los «pocos» kilómetros que nos quedaban y que la mayoría eran de bajada. Y así era, primero por pista de tierra y luego por asfalto una interminable bajada de mas de diez kilómetros nos llevaba a Laza.
Por fin llegamos a Laza, cansados y un poco desesperados por la eterna bajada y por no saber donde estaba el destino final de la jornada. Buscamos donde comer después de parar a descansar. Cogimos la llave del albergue en protección civil y fuimos a comer al sitio recomendado. Era tarde y la hora de la comida ya había pasado, pero aun así nos dieron de comer.
Gran camino el de este año en el aspecto del comer. Por la calidad de la comida y sobre todo por el trato que nos han dado en casi todos los sitios donde hemos comido. Hay todavía una atención especial al peregrino, seguimos siendo peregrinos y no turistas; esperemos que no hagamos cambiar a las gentes de opinión respecto a nosotros.
El sitio era peculiar, el comedor estaba en una segunda planta con unas empinadas escaleras para subir. Era un sitio pequeño, con las vigas de madera y con la cocina a la vista, la cocina de casa,nada industrial. La comida sencilla pero cocinada con gusto y con ese «cariño» que hace que la comida sepa especialmente bien.
Marchamos hacia el albergue que estaba en la parte alta del pueblo. Los albergues han sido otra de las gratas sorpresas que nos ha deparado este camino. Acostumbrado a los del camino francés o a las estrecheces y precariedades de los del norte, estos han sido una maravilla. Nuevos en su mayoría, bien cuidados, con unas instalaciones modernas,…
Jornada de descanso en el albergue y de cura de las ampollas que le habían salido a mi compañera de camino. Un paseo por el pueblo a la tarde para hacer unas fotos bajo un amenazante cielo de lluvia, que se atrevió incluso a soltar algunas a media tarde, que nos obligarian a recoger la ropa de forma precipitada.
El resto dela tarde descanso en la habitación, charla con los compañeros de habitación (unos vascos de Tolosa ya veteranos también en esto del camino) y a dormir hasta el siguiente día…